En un lugar del mundo, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivieron diez estudiantes de los de espíritu intrépido, sueños de papel y lágrimas de tinta. Un Máster de edición de la UAM consumía tres partes de su tiempo. El resto de él concluían libros, viajes a lugares añorados y reuniones sociales. Tenían en sus casas compañeros, familiares o mascotas que veían anonadados cómo la edición los hechizaba. Frisaban las edades de nuestros estudiantes con los veinte años. Eran varones y hembras de lugares inóspitos, creaciones de Ilúvatar, personas grandes que dibujaban elefantes dentro de boas y futuros enemigos de aquellos bomberos que portarán un «451» en sus cascos. Quieren decir que tenían el sobrenombre de «Editores del Máster de Edición», o «Editores de la UAM», que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaban «Editores de La Nona». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en el blog de ellos no se salga un punto de la verdad.
Estas son las gracias con las que nos dotaron nuestros padres y los apellidos que de ellos heredamos: Patricia Álvarez Casal, Cristina García Hidalgo, Giuseppe Grosso, Natalia A. Igualador Vázquez, Marta López Román, Mar Yarí Muñoz Fernández, Naiara Salinas Barbosa, Antonio Sanz Egea, Eva Varas Álvarez y Pablo Vicente Damas.